Miércoles, 01 Mayo 2024 19:49

"El desafío de recuperar la cultura del trabajo"

Volvé a escuchar el comentario editorial de Cristina Pérez en Cristina Sin Vueltas.

Argentina amanece en el día del trabajo luego de la media sanción de una reforma laboral que ahora que está cerca de ser una realidad no se entiende cómo demoró tanto. En esta Argentina donde las cosas obvias no eran obvias, pensar en el trabajo, sin las fórmulas de ocasión ni el consignismo, nos abriría una gran oportunidad de pensar en qué queremos de nosotros mismos y de nuestro país.

Cuando se lamenta al pasar, la pérdida de la cultura del trabajo no se habla meramente de planes sociales. Se habla de personas que dejaron de ser capaces de generarse sustento, y por ende autonomía y dignidad.

Es el propio Papa Francisco quien suele decir que el trabajo unge de dignidad y que no se puede vivir de subsidios. Hace pocos días la esposa del candidato derrotado en las elecciones pasadas reconocía que todos sabían que los planes no podían ser para siempre pero que mantenerlos era lo más cómodo. Todo indica que hacer lo obvio para que las cosas cambien a veces es lo más difícil de hacer.

Argentina de hecho está inmersa hoy en un proceso donde debe buscar por un lado reinstalar la cultura del trabajo y del esfuerzo, pero por otro revalorizar el trabajo y el esfuerzo en un contexto al que nunca se había llegado.

Parece una mala broma, pero hoy recibí una tarjeta del día del trabajo del Partido Justicialista de Lomas de Zamora y citaba una frase de Perón: “Existe para el peronismo una sola clase de hombres, los que trabajan”. Sin embargo, el último gobierno peronista terminó inaugurando una nueva categoría: los hombres que trabajan pero a pesar de trabajar siguen siendo pobres. Así y todo, los sindicatos raramente levantaron la voz para quejarse. Hace tiempo que los sindicalistas millonarios en un país de trabajadores pobres quedaron totalmente divorciados de la realidad de sus supuestos representados. El achicamiento de la base de trabajadores registrados, con el consiguiente crecimiento de los trabajadores en negro que superan el 40% del mercado laboral y de los beneficiarios de planes sociales, muestra que lejos de proteger a los asalariados, lo único que hicieron fue protegerse ellos.

El peronismo, que transita una de sus peores crisis, dejó de ser el partido de los trabajadores para ser el partido de los que reciben planes. Juan Grabois o Emilio Pérsico tenían mucha más influencia que cualquier pope gremial. Con excepción de los Moyano que por las buenas o por las malas fueron quedándose con la representación de más y más sectores, mediante los ardides del famoso encuadramiento y cuyo monopolio en las cargas representa costos y atraso a la vez, por la manera en que se trasladan los bienes de un punto a otro del país.

La romantización del trabajo como lo concebía el peronismo fundacional brilla por su ausencia en el presente y quizás es el mayor signo de traición hacia los propios de quienes lideran ese partido. Generaron más beneficiarios de planes que trabajadores ya que en nuestro país no se genera empleos desde hace doce años y si miramos las PYMEs el tiempo sin crear empleos se alarga a los últimos 17 años.

El surgimiento de sectores flexibilizados por decisión propia como el del delivery, con servicios como Rappi, demostró hasta qué punto esos trabajadores autogestionados deploran la idea de ser sindicalizados y que sea otro y no ellos los que arreglen sus condiciones de trabajo.

Pero la cosa no es tan sencilla. Retomar la cultura del trabajo en los sectores de pobreza estructural donde se acumulan tres generaciones de pobres y a veces directamente no hay tradición de trabajo en la familia, o de cumplir con obligaciones, es un desafío enorme. Porque están quienes temen perder su trabajo por la recesión, pero también están quienes no podrían conseguir un empleo por la falta de formación o por la falta de apego al cumplimiento de obligaciones.

Por un lado, está el mundo de profesionales calificados que hoy ponen condiciones a las empresas por sus condiciones laborales y se dan el lujo de que estas pujen para retenerlos mientras que hay otro sector donde un aviso buscando empleo permanece por meses, donde no se presentan ni a la entrevista de trabajo o donde escasean los títulos de secundario que se pide ya como insumo básico para ciertos puestos. La diferencia de salario entre quien tiene secundario completo y quien no en el primer sueldo es del 37%.

Este año, como coletazo de la recesión, el temor a perder el empleo empieza a subir entre las preocupaciones de la gente y en algunas encuestas ya aparece en segundo lugar.

En estos días el gobierno ha afirmado que los salarios empezaron a ganarle a la inflación. Lo hizo en base al índice salarial de febrero que publicó el INDEC donde la recuperación de ese mes fue en promedio una décima porcentual por sobre la inflación, con 13,3 a 13,2% respectivamente. Lo que pasa es que si se analiza de febrero a febrero entre 2023 y 2024 los salarios perdieron por goleada. Con una inflación del 276,2%, los salarios de trabajadores registrados privados crecieron 225,4% es decir que perdieron 50,8%, los empleados públicos crecieron 197,2% es decir que perdieron casi 80% y los empleados informales fueron los que menos recompusieron sus ingresos con subas de un 121,5% en el mismo período es decir, de menos de la mitad de la inflación registrada. En ese contexto el atraso salarial que ya venía agravándose en el gobierno de Alberto Fernández empeoró con la devaluación y la mejora que se registró en febrero a la par de la baja en la inflación está lejos de significar una recuperación. Será clave en este sentido que los precios sigan bajando y que la economía salga de la recesión. El panorama es aún más oscuro si estos porcentajes se enfrentan al de la suba de la canasta básica que fue superior a la inflación general y alcanza al 290%.

Luego, aún si la economía se recupera, como espera el gobierno, vendrá el otro dilema, que tiene que ver con una noción de largo plazo y con quienes ni aún, recuperación mediante, están en condiciones de obtener un trabajo de calidad por la falta de formación. Y aquí es donde vuelve a ser vital la cuestión educativa. Lograr que más jóvenes terminen el secundario en tiempo y forma frente al exiguo 13% actual y reducir el escandaloso número de 180 mil jóvenes que dejan la escuela antes de terminar quinto año.

En definitiva, cuando hablamos de cultura del trabajo, también hablamos de una mirada de largo plazo, de proyecto de vida, desarrollo y progreso personal: todo lo contrario al presente eterno del populismo. Incentivar el trabajo, mejorar la educación para una fuerza laboral cada vez más calificada y terminar con la hipocresía de las consignas que están lejos de la realidad de los trabajadores debería ser una parte crucial de la discusión política. Son cosas obvias, pero en esta Argentina donde se contradijo hasta lo obvio con el relato populista, hacer lo obvio sería directamente un avance superlativo. ¿Podremos?